Silencio a aquel que no lo sienta

Silencio.
A aquel que no lo sienta,
no intentes explicarle el cariño,
ni los sabores que guarda la amistad.
Las razones se enseñan,
los manuales se estudian,
pero el amor…
el amor se revela solo,
en el pulso donde la vida
se hace eterna,
en el rincón secreto
donde Dios escondió su esencia
para brillar en nosotros como chispa divina.

A aquel que no lo sienta,
no le hables del cariño,
no vale la pena.
Guarda silencio.
Evitarás que te miren
como a un loco,
como a un pez que nada
fuera de su río.

Los que nunca amaron,
nunca lloraron,
los que no bebieron sus lágrimas por amor,
no podrían entenderlo.
Y es justo por eso
que el misterio del amor
permanece invicto,
callado,
pero vivo en quienes aún creen
en su milagro.

silencio

Lo que nunca existió

Hay amores que no fueron,
pero laten en el silencio
como una flor que nunca abrió sus pétalos
y aun así perfuma el aire.

Hay verdades que se esconden
bajo la lengua,
palabras que tiemblan
antes de nacer,
miradas que dijeron demasiado
cuando el corazón aún callaba.

Nos mentimos sin saberlo,
creyendo que el silencio bastaba,
que el gesto o la costumbre
eran un idioma suficiente.
Y sin embargo, en lo profundo,
algo sabía que dolería un día
todo lo que no dijimos.

Fuimos dos que se rozaron
sin encontrarse,
dos mares sin orilla,
dos fuegos que no ardieron juntos
pero que aún se reconocen en el humo.

El tiempo pasó sobre nosotros
como una ola sin nombre,
borrando las huellas,
dejando la certeza tibia
de que hubo algo,
aunque la vida jure que no.

Y así, cada tanto,
cuando cae la noche y el alma se abre,
siento ese eco antiguo,
esa sombra luminosa
de lo que nunca existió
pero nunca se fue.

nunca

La edad del atardecer

Voces dicen, que la madurez es la edad del atardecer.
Pero hay atardeceres ante los que todos se detienen a mirar.
Una sensación de armonía, plenitud y belleza lo envuelve todo.
Es el punto exacto donde el mar ya no necesita demostrar nada;
su sola quietud basta, su elocuencia está en el silencio.

Entonces la tarde, en ese instante que abraza el crepúsculo,
vuelve de color violeta a los seres y a las cosas.
Hace una pausa, eclipsa su corazón…
Tan sólo para ver su belleza.
y, sin sonrojarse, le devuelve un beso en las mejillas del tiempo.

atardecer

Cuando Todo Cambia

Cambiamos…
sí, todo cambia.
El corazón muda su piel como los árboles su otoño,
la mirada aprende nuevas formas de ver la misma luna.

No somos los mismos de antes —
ni tú, ni yo, ni el eco de nuestras risas—.
El tiempo nos roza con dedos de alquimia,
nos pule, nos transforma,
nos enseña que vivir es perder y volver a florecer.

A veces decimos olvido,
pero en verdad decimos sanar.
La memoria no borra: acomoda,
bebe del río que pasa
y deja en la orilla solo lo que todavía brilla.

Cambiamos para no doler igual,
para poder amar distinto,
para reconciliarnos con la sombra
y hallar en ella una chispa de luz.

Porque la vida no se repite,
ni siquiera en sus gestos más suaves.
Cada mañana es una versión nueva del mundo,
cada lágrima es un océano distinto.

El amor también cambia —
se disfraza de despedida,
renace en otra piel,
y sigue siendo él mismo:
esa llama que nunca se rinde.

Así andamos,
mutando entre luces y crepúsculos,
aprendiendo que el cambio
no es perderse,
sino volver al alma,
más libre,
ligera,
más viva.

cambia

El mercado del diablo

El diablo tiene su mercado…

Cuentan los viejos del pueblo que, en un callejón olvidado donde la niebla se arremolina y los pasos resuenan sin eco, existe un mercado que no figura en ningún mapa. Nadie llega allí por error; solo lo encuentran los que llevan el alma cansada, los que andan con hambre de algo que no saben nombrar.

En el fondo del callejón, bajo un farol que jamás se apaga, el diablo montó su negocio. Desde fuera, el lugar parece una casa abandonada: ventanas tapiadas, muros ennegrecidos y plantas secas que parecen susurrar plegarias muertas. Pero dentro… dentro el bullicio no cesa. Es un zumbido perpetuo de voces, monedas, promesas y lamentos.

Sobre mostradores cubiertos de polvo y telarañas, el diablo ofrece sus mercancías: poder, fortuna, amor, juventud, deseo. Desde frascos con pociones menores hasta cofres rebosantes de pasiones y triunfos. Todo tiene su precio. Algunos pagan con un dedo, otros con un recuerdo, y los más ambiciosos, con su alma entera.
Nada es gratis en el mercado del diablo, y nadie sale de allí siendo el mismo.

Una tarde llegó un hombre pobre, acompañado solo por su perro, un animal flaco pero fiel que lo seguía como sombra. Había golpeado muchas puertas buscando trabajo, pan o simplemente una mirada compasiva.
Cuando vio aquel umbral oscuro, pensó que tal vez allí podrían darle algo, aunque no supiera qué.

Lo recibió un hombre de traje negro, con olor a perfume fuerte, como queriendo disimular un hedor más profundo.
—Ha llegado usted al lugar indicado —le dijo con una sonrisa que no alcanzaba los ojos.

Lo hizo entrar, ató al perro a un tronco seco y comenzó a mostrarle las vitrinas del mercado. Cada una brillaba con un resplandor distinto: la del poder centelleaba como oro; la del amor exhalaba un perfume dulce; la de la pasión ardía como fuego líquido.

El pobre miró, escuchó… y comprendió.
—No tengo nada que ofrecer —dijo con humildad—. Nada me pertenece, ni siquiera mi alma. Ella es de Dios, solo me la prestó un tiempo para cuidarla.

El hombre de negro sonrió con falsa paciencia.
—Siempre hay algo que dar —susurró—. ¿Qué tal el fin de tus penas a cambio de ese perro?

El hombre sonrió también, pero con ternura.
—No hay riqueza que valga lo que vale la fidelidad de un perro. Él no juzga, no traiciona, no pide más que amor. No negocio eso con nadie.

Y se dio media vuelta para marcharse.

Antes de cruzar la puerta, el hombre de negro lo detuvo:
—El mercado no deja ir a sus visitantes con las manos vacías. Llévese un obsequio, un beso. Solo un beso, cuando quiera y con quien quiera. No se lo cobro.

El hombre agradeció con cortesía y se marchó.

Pasó el tiempo, y la vida, en su eterna marea, lo llevó a trabajar de jardinero en una vieja casa a las afueras de la ciudad. La dueña era una mujer serena, de belleza discreta y mirada melancólica, con esa dignidad que solo dan los años y el recuerdo de grandes amores.

Entre ambos nació una amistad silenciosa, tejida de gestos y rutinas. Él cuidaba su jardín; ella cuidaba su mesa. Y sin darse cuenta, el hombre empezó a amarla.
Sabía que era imposible: diferentes mundos, diferentes vidas. Pero un día recordó el obsequio del mercado: “un beso con quien quiera, cuando quiera”.

Y pensó que, tal vez, el destino le ofrecía su momento.

Aquella tarde, mientras el sol se apagaba entre los rosales, se acercó a ella.
Sus ojos brillaban como hechizados, su respiración era un murmullo cálido. La besó. Largo, profundo, como si en ese beso se fundieran todas las vidas del mundo.
Y entonces, de pronto, todo volvió a la calma.

Ella siguió su rutina, sin memoria del beso ni de la pasión que lo había encendido.
El hombre, en cambio, quedó prisionero de aquel instante, condenado a revivirlo una y otra vez en su mente.

Los días se volvieron largos, las noches, pesadas. La casa se llenó de un silencio que dolía. Él se volvió hosco, distante y hasta olvidó al perro, que lo miraba con tristeza desde un rincón.

Una mañana, en un arranque de desesperación, decidió regresar al callejón.

Golpeó la puerta.
El hombre de negro lo recibió con la misma sonrisa imperturbable.
—Ah, volvió. ¿No le gustó su obsequio?
—Vengo por respuestas —dijo el hombre—. Ese beso me quemó el alma.
—No fue el beso —respondió el otro—. Fue el precio. En el mercado del diablo nadie recibe nada sin pagar algo, aunque crea que es un regalo.

El hombre comprendió. Todo lo que había tenido —su paz, su fidelidad, la inocencia de su amor— se había disuelto con ese beso.
El perro, fiel hasta el final, lo esperó días enteros frente a la puerta del mercado, hasta que el silencio lo envolvió también.

Dicen que, desde entonces, cuando el viento sopla por el callejón, se oye un leve ladrido y un murmullo de pasos que no llegan nunca al final.

Porque en el mercado del diablo nadie compra, ni vende: solo se paga.

diablo

El espejo digital: narcisismo coherencia y libertad interior

La vida es un espejo y reflejará de vuelta al pensador aquello que éste haya pensado. Ernest Holmes

El narcisismo, esa sombra brillante del alma, se alimenta hoy de píxeles y aplausos virtuales.
En las redes sociales encuentra su templo. Allí, cada selfie es una oración al propio ego, cada logro exagerado una plegaria por validación. Cada opinión polarizadora un intento desesperado de ser visto.

Pero nada de esto es casual. Detrás de la búsqueda de admiración se oculta un miedo antiguo: el de no ser suficiente.
Y así, para sostener la imagen que mostramos, terminamos actuando más que sintiendo, repitiendo la vieja paradoja: si no actúas como piensas, acabarás pensando como actúas.

Un espejo, al final de cuentas.

Nos volvemos actores en nuestra propia vida, olvidando al ser que alguna vez miraba el mundo sin filtros ni estadísticas.
Porque cuando se sacrifica la coherencia —esa intimidad entre el pensamiento y el acto— también se entrega, poco a poco, la libertad.

El control de lo que hacemos y pensamos se disfraza de elección, pero con el tiempo se vuelve una carga invisible sobre los hombros del alma.
Y aunque parezca normal, no siempre lo adecuado es lo que todos hacen… sino lo que nos devuelve la paz. 🌙

espejo

Nada es casual

Nada es casual. Nada ocurre porque sí. Todo tiene una razón, un momento, un propósito, aunque no siempre lo comprendamos.
Esa mosca que te incomoda, esa amiga que “por casualidad” encontraste en la calle, esa demora inesperada o ese encuentro fortuito… todo tiene un sentido, aunque escape a la mirada inmediata.

Así caminamos y cambiamos en la vida. Nadie es hoy igual que hace veinte años. Todos evolucionamos, aunque no siempre hacia lo mejor. Hay quienes, por elección o por miedo, deciden endurecerse y su cambio no es crecimiento, sino alejamiento de la luz.
Algunas personas viven en una oscuridad tan profunda que podrían quemarte solo para sentir un poco de calor mientras ardes. No te lo tomes como algo personal, pero aprende a tomar distancia: muchas veces ni siquiera saben que lo hacen.

Y también están las otras: esas almas luminosas que irradian una energía tan cálida que basta su presencia para hacernos sentir en paz. Su sola compañía se vuelve un refugio, Sientes la energía de su sonrisa aunque sus piés caminen a miles de kilómetros de los tuyos.

Nuestro cuerpo es sabio, el universo también. Ambos nos envían señales; todo es un lenguaje de símbolos y sincronías que nos guía, si sabemos escuchar.
Nada es casual. Cada persona que cruzas en tu camino llega con un mensaje, una lección, un espejo donde el alma se reconoce y crece.

El tiempo —ese guardián severo pero justo— no olvida ni perdona. Al final del recorrido, recordará a cada alma que es responsable de sí misma.
Cuando llegue el momento del balance, ningún espíritu podrá decir: “me obligaron”, “tenía miedo”, “no supe qué hacer”. No bastará.

Aún tenemos tiempo, porque aún tenemos vida.
Y aunque parezca una simple casualidad, tu existencia —como la mía, como la de todos— es parte de un tejido perfecto, hilado con propósito por el universo… y por tu propia alma.

casual

Hace mucho tiempo

Hace mucho tiempo,
el mundo hablaba en lenguas de lluvia,
y el viento era consejo,
y el fuego, un susurro de eternidad.

Los hombres danzaban con las estrellas,
bebían del río como quien bebe del cielo,
y la tierra era madre en cada semilla,
padre en cada trueno,
y el equilibrio sostenía la respiración del día.

Pero llegó el olvido,
ese velo de sombras que cubre la memoria.
El hombre dejó de escuchar el canto de los árboles,
desconoció la caricia del sol en su frente,
y creyó que estaba solo.

En su soledad,
se levantó contra la vida misma,
levantó muros de miedo,
espadas contra el aire,
y olvidó que las manos habían nacido
para sembrar, no para herir.

Hoy, aún resuena la voz de los ancestros:
«Recuerda quién eres,
recuerda de dónde vienes.»

Porque cada raíz sigue esperando,
cada estrella aún conoce tu nombre,
y cada piedra guarda el eco
de un tiempo en que fuimos sagrados,
y el amor era la única ley
entre la Madre Tierra y el Padre Cielo.

tiempo

Tiempo de silencios, tiempo de luz

Hace tiempo, cuando abrí mi primera cuenta en aquel viejo Twitter, mi motor era un deseo profundo: advertir, despertar, salvar a todos de los peligros y realidades que no parecían ver. Twitter quedó atrás, pero las enseñanzas permanecieron.

La vida y sus golpes me mostraron que el verdadero cambio comienza cuando, en lugar de salvar al mundo, uno aprende a salvar lo que queda sano de sí mismo.

Y es que entre cada crisis llega un pozo de silencio, de fatiga, de desilusión. Pero en ese fondo silencioso, siempre hay una voz que susurra: “No te abandones, sabes que puedes. Aquieta tus ansias, confía en el tiempo del universo, todo llegará cuando deba.”

Todos los seres tienen días oscuros, todos los corazones conocen la sombra. Lo importante es cuidar la propia luz, porque aunque parezca apagada, siempre, siempre encontrará la forma de volver a brillar.

tiempo

No leas al poeta…

No leas al poeta con ojos literales
porque a veces escribe lo que ronda su mente,
ecos de un rumor en la calle,
destellos de miradas que dejaron huella,
o fragmentos de un sueño que aún respira en su memoria.

Otras veces, es el alma quien inventa mundos,
y las palabras, dóciles,
se visten de melodía para darles forma.

No todo lo que escribe es su propia historia,
pero todo lo que escribe guarda
un latido de humanidad,
un suspiro ajeno,
un secreto compartido,
un dolor que busca consuelo
o una esperanza que merecía ser contada.

El poeta no se escribe a sí mismo,
se escribe a todos,
y en cada verso,
siempre hay un rincón donde reconocerse.

poeta