Renacer

Renacer entre sonrisas
Un domingo, hace ciento tres años
—o quizás solo un suspiro cósmico atrás—,
nacía este duende gruñón,
con el corazón lleno de fuego
y las manos abiertas al asombro.

Según los sabios chinos,
serpiente de madera,
antiguo y flexible como los árboles
que recuerdan el viento.

Según los egipcios… nadie.
Ellos no creían en duendes,
pero tal vez sí en milagros
que caminan de puntillas.

Ese sol que vive en el corazón,
representante exclusivo de Dios
y que no pide permiso para brillar,
hoy anuncia que comienza otra danza,
una nueva vuelta
en esta espiral de luz y sombra
que llamamos vida.

Hay tanto que agradecer…
Tantas mañanas soñadas con el alba,
tantas lunas compartidas con el sueño,
abrigando con amor cada latido del tiempo.

Feliz renacer para mí.
Feliz vuelta al sol.
Y que las hormigas de la vida
—esas pequeñas obreras del destino—
se lleven las penas y los dolores,
para enterrarlos donde florezcan
nuevos sueños,
nuevas risas,
y alocadas esperanzas.

Hoy es un día común,
sí…
pero el duende gruñón
ríe con el alma.
Porque hoy no se suma un año:
hoy se renace 🌞✨

Feliz renacer, duende del tiempo.

Feliz latido de vida ♥️

renacer

Hace un mes

Hace un mes,
Nos separamos…
y ya está con otra persona.

¿Tan fácil fue olvidarme?

Pero no, no fue olvido repentino.
La verdad es que muchas veces,
una relación termina mucho antes de decir adiós.
A veces, el duelo comienza
cuando aún se duerme en la misma cama,
pero las miradas se esquivan,
las palabras ya no abrigan
y el deseo se disuelve en la rutina.

No dejamos de amar cuando nos vamos,
dejamos de amar cuando dejamos de vernos,
de escucharnos,
de tocarnos el alma.

Y así, los tiempos del duelo se vuelven desparejos:
unos sueltan antes,
otros sueltan después,
y algunos… no sueltan nunca.

Por eso, una relación no muere el día en que te separas,
sino el día en que uno de los dos
deja de sentir,
y empieza, en silencio, a despedirse.
A veces, sin que el otro lo note.

¿Y por qué cuesta tanto soltar?
Porque creemos, en lo más hondo,
que si retenemos,
esa persona volverá a querernos
como al principio,
que algo renacerá.
Pero no vemos que, al aferrarnos,
nos herimos…
y herimos.

Amar también es saber dejar ir.
Porque el amor no se aferra,
el amor abraza,
y si llega el momento,
también suelta.

La posesión y el miedo no son amor,
son cadenas.
Y soltar no es perder,
es liberarse,
abrir espacio a lo nuevo,
honrar el tiempo compartido
y agradecer, incluso, la despedida.

Cuando alguien ya no quiere estar,
se le abre la puerta…
y se le desea buen viaje.
Porque cada alma tiene su camino,
y aprender a soltar
es también un acto de amor.


🪶 Desde el alma, para sanar.

 


mes

El Libro de los Días

Lees el libro y, al pasar la página,
mil caminos se abren en tu alma;
entonces, el amanecer de la razón
enciende tu mirada,
y así, con la llave del corazón descubres
el reino sereno donde habitan los sabios.

Lees el libro y, una vez más, al pasar la página,
algo dentro de ti cambia.
Porque no es solo tinta y papel:
son semillas de mil futuros.

En efecto, cada palabra es un umbral,
mientras que cada silencio, una revelación.

De nuevo, el amanecer de la razón ilumina
tus ojos cansados,
y de pronto, ves con claridad
lo que siempre estuvo allí.

Entonces, con la llave del alma en la mano,
descubres el reino callado
donde habitan los sabios:
ese lugar dentro de ti
que desde siempre supo el camino.

libro

 

Después de la Tormenta

Al final,  la peor tormenta  se queda sin fuerza
sin truenos y sin lluvia y se retira abatida,
al igual que la noche más oscura
se convierte en día.

La vida,
siempre tiene algo bueno reservado,
como un sol escondido tras las nubes,
esperando su momento exacto para brillar.

Cada día,
una promesa.
Cada amanecer,
una nueva oportunidad envuelta en luz.
Solo hay que buscar la propia.

La resiliencia,
ese arte invisible de los fuertes,
nos enseña a convertir la herida en raíz,
la caída en impulso,
el llanto en renacer.

Cuando todo oscurece,
cuando el alma grita entre vientos salvajes
y llueve por dentro sin tregua,
es ahí,
justo ahí,
cuando la magia de lo eterno comienza.

El sol regresa.
Siempre.
Así también vuelve la calma
tras la tormenta del alma.

Porque el alma también renace,
como el mar que rompe y reconstruye su espuma,
como la luz que se filtra luego del caos.

Naces otra vez.
Respiras distinto.
Miras con ojos nuevos.
La espiral del viaje eterno
te ha llevado más alto,
y ahora lo sabes:
todo ha cambiado.

tormenta

El amor entre comillas

El amor … entre comillas,
es masoquista,
sádico,
es sumiso,
irracional,
exótico para muchos,
inaceptable para tantos.
Y sin embargo,
ahí está.
Imposible de definir,
tan nuestro como ajeno.

Los besos se tornan hiel
cuando los labios mienten.
Y hay almas, sí,
que nos enseñan con caricias,
con ternura,
con maravillas bordadas en lo cotidiano.

Pero existen otras…
las que enseñan el desamor,
con la precisión de un cirujano,
tan bien,
que acabas superando al maestro.

Un guion perfecto,
una historia ya escrita,
una voz por fin desahogada.
Y la vida,
con su libreta de lecciones,
entra,
corre el telón de personajes vencidos,
se sienta frente a ti y dice:
“No te quedes con quien te ha hecho daño.”

Porque el rencor,
ese huésped silente,
no se va.
Se esconde,
y cuando puede,
regresa a lamer las cicatrices.

Entonces pasas la página.
Tu historia ya es otra.
Tu alma también.

La fuerza del corazón
es más que la intimidad,
es universal,
y explica por qué aún herido,
sigue latiendo,
sigue amando.

La vida,
esa gran maestra,
te enseña a aprender.
A volver a sonreír.
Y a sonreír de nuevo,
como un mantra,
como un espiral sin fin
de eternos aprendizajes.

amor

Pasado, cuando el futuro existía

Hace mucho,
cuando el pasado ya se vestía de futuro,
nos sucedimos.
No sé si fuimos amor,
o sólo dos vacíos
que se confundieron con abrigo.

No recuerdo habernos querido,
tal vez porque nunca lo hicimos.
Nos dolía tanto la soledad
que creímos ingenuamente
que podíamos llenarnos el uno al otro,
como quien intenta beber de un cuenco roto.

Nos desgraciamos,
sin intención pero sin piedad.
Ni tú me querías,
ni yo a ti,
aunque llenábamos la boca de promesas
que sabíamos no cumpliríamos jamás.

¿Lo recuerdas?
Yo apenas.
Pero los papeles dicen que nos casamos,
como si un sello pudiera
nombrar lo que nunca fue.
Pasado pisado, dicen; dijimos.

Hablábamos mucho,
hacíamos poco.
Nos unía el cuerpo,
esa trinchera donde evitábamos
vernos realmente.
Nos tumbábamos, sí,
pero no para encontrarnos,
sino para olvidarnos.

Luego, ni eso.
El deseo se volvió rutina,
una coreografía vacía
que repetíamos por costumbre,
no por fuego.

No me malinterpretes:
conocer tu cuerpo fue preciado,
quizá porque jamás quise saber tu alma.
Fui carne, no rostro.
Fui pecho, no sonrisa.
Tú fuiste verbo hueco
y mirada perdida en lo evidente.

Nunca fui tu belleza,
solo tu opción mientras nadie más miraba.
Y tú, hablador, soberbio,
fuiste el desconocido
al que llamé “siempre”,
sabiendo que solo duraría un rato.

No nos amamos.
Quizás—con viento a favor—
hubo algo de ternura.
Pero tampoco lo intentamos.

Éramos dos soledades
con miedo a la espera,
dolidos, rotos,
aferrados a la compañía
como tabla de náufrago.

Pero ni eso hicimos bien.
Dejamos hijos llenos de lágrimas.

pasado

Sabio y Ciego

Sabio y Ciego es más que una frase.
Por lo que ahora ven mis ojos,
hay sombras que se acercan,
me rodean en silencio,
como si vinieran a recordarme
que todo termina volviendo a casa.

Y entonces, sin miedo, miro hacia atrás.
Pienso en los que amé, en los que olvidé.
Siempre quise serle leal a mi corazón.
A mi forma de pensar.
Siempre aposté por el amor,
por ese amor profundo que no exige, solo da.
Y eso, solo eso, me hace sentir que gané.

Hoy, que el tiempo me ha vuelto viejo,
solo deseo que también me vuelva sabio.
Ser ese viejo sabio que ya no se hiere con palabras ajenas,
que deja que el invierno lo cruce sin quebrarlo,
porque sabe que cada viento también pasa.

Y mientras espero ese reencuentro
—en la noche de los tiempos, cuando todo se entiende—
me basta con un poco de amor más,
una vuelta más en esta espiral de humo y de luz…
y estaré listo.

sabio

Alquimia

Le llaman la alquimia del universo…
esa danza invisible que convierte lo denso en liviano,
el plomo en oro.
Apenas una molécula se desvía… y ocurre el milagro.
Así también es el amor frente al odio:
idénticos en forma,
distintos solo en dirección.

El amor no avisa.
No llama.
Simplemente entra.
Y porque se siente, se sabe.
No hay ciencia que lo mida, ni palabras que lo atrapen del todo.

Empieza como respeto.
Luego simpatía.
Y a medida que el alma se encuentra con la otra,
el afecto nace…
y sin pedir permiso, crece.

Crece como la marea, sin horario ni frontera.
Y ese afecto se desborda,
se vuelve cariño.
Y ese cariño, sin darnos cuenta,
se convierte en amor.
Un paso apenas…
pero un paso inmenso.

Y cuando al fin lo reconoces,
cuando dices “esto es amor”,
a veces ya es tarde.
El universo te ha llevado al punto sin retorno.
Y caes.
No hay forma de volver atrás.
Solo queda avanzar…
aunque el camino no conduzca al lugar que anhelas.

Porque ese lugar no es geográfico.
Ese lugar… es esa persona.
Esa de la que te has enamorado sin remedio,
sin lógica, sin poder evitarlo.
Y duele.
Porque sabes que es imposible.
Y duele más, porque es real.

La impotencia arde.
La frustración ahoga.
Pero hay que resistir.
Aguantar con la dignidad del que ama en silencio.
Del que entiende que del cariño al amor hay solo un paso.
Y que a veces, ese paso basta para cambiarlo todo.

Misterios de la vida.
Alquimia del universo.

alquimia

Entre el Silencio y la Luz

Entre el Silencio y la Luz, una pequeña novela sobre los hilos invisibles del alma

Habían sido compañeras de trabajo en años distantes, cuando el tiempo aún no sabía de nostalgias. Desde entonces, cultivaron una amistad que echó raíces en la memoria, se conocían como quien conoce el vaivén del mar: a veces tranquilo, a veces tempestuoso, pero siempre fiel a su ritmo.

Con los años, sus respectivas parejas entraron en escena. Fue una casualidad bien dispuesta —como tantas veces obra la vida— la que permitió que ellos también trabaran amistad. Así, las reuniones se volvieron costumbre: cenas sencillas, brindis compartidos, conversaciones que flotaban ligeras sobre el mantel.

El tiempo, siempre paciente, tejía el calendario de encuentros. A veces en una casa, otras en la opuesta. Pero también el tiempo, sabio y silencioso, fue testigo de cómo los afectos no siempre crecen parejo, como los árboles en un mismo jardín. Ella —la de la voz suave y las manos siempre abiertas— seguía siendo amiga entrañable de su amiga, pero algo más profundo se había gestado con el esposo de esta. Un lazo extraño, inexplicable, que no necesitaba nombres ni justificaciones.

Confidentes. Eso eran. De heridas antiguas, de errores que no se confiesan ni a uno mismo. Sus conversaciones eran ríos subterráneos, corrientes de ternura que fluían bajo la superficie de lo cotidiano. Jamás se quebraron los códigos sagrados de la fidelidad; más bien, construyeron uno nuevo, secreto, que solo ellos entendían.

El tiempo, que antes organizaba los encuentros, ahora se limitaba a observar cómo los momentos surgían solos, espontáneos como flores silvestres. Las excusas para verse eran infinitas: un café rápido, una llamada larga, un mensaje enviado al caer la tarde. Y aunque compartían palabras con sus parejas, era entre ellos que las conversaciones se hacían profundas, esenciales.

Nunca hubo sexo. Nunca hubo traición. Solo ese amor callado que a veces arde más fuerte que cualquier pasión. Ambos sabían que algo dormía entre ellos, un susurro de lo que pudo ser y no sería jamás. Y jugaban —como juegan los niños a esconderse— a ignorar lo evidente, a disimular lo que en el fondo ambos sabían. Abrazados al silencio, eternos amigos del silencio.

Se decía, en ciertos rincones del cielo, que sus almas estaban enamoradas desde antes del tiempo. Que en otras vidas se habían buscado y quizás se perdieron. Pero en esta, aquí, entre rutinas, cenas y promesas, eran apenas amigos. Amigos de sus parejas. Amigos el uno del otro.

Y tal vez —solo tal vez— también amigos de ese destino que eligieron no cruzar.

silencio

La Quietud del Eje

No es el entorno lo que afina el eje
entre el alma y el universo…
es el corazón.
A veces, estamos rodeados de espacio,
envueltos por la naturaleza,
abrazados por su inmensidad…
y, aun así, elegimos pasar la vida
bajo el mismo árbol,
leyendo el mismo libro
una y otra vez.
No por costumbre,
sino porque allí, en esa quietud repetida,
algo dentro de nosotros
sintoniza con lo eterno 💫

eje

eje