Clamor en el Monte

Hay clamor en el Monte.
La quietud de la tarde se rompe por el humo,
un velo gris que envuelve el verde.
Hay revuelo en el monte,
los pájaros echan a volar sus alas,
huyen del presagio oscuro
que se cierne sobre sus nidos.

El aire claro y confortante se vuelve
en un instante desagradable y tóxico,
una amenaza invisible. Todo se detiene.
Clamor en el corazón del bosque,
cuando hay humo en el aire,
los árboles contienen la respiración.

Una nube cual tafagag, sombría y ominosa,
muestra el punto de dolor,
la tierra herida en el verde.
El monte, testigo silencioso de la tragedia,
representa el último sobreviviente
de una tierra golpeada
por la desaprensión del hombre.

Las hojas susurran su lamento en el viento,
las raíces buscan consuelo en la tierra caliente.
La naturaleza, en su infinita paciencia,
espera el renacer, el abrazo de la lluvia redentora.

Pero el daño es profundo, la cicatriz perdura,
en cada tronco, en cada rama quebrada.
El monte, majestuoso y resiliente,
se alza como un recordatorio
de la fragilidad de la vida ante la mano del hombre.

Y mientras el humo se disipa y el sol vuelve a brillar,
quedan las huellas de la batalla,
una llamada a la consciencia,
un grito por la armonía,
para que la belleza del monte no se pierda
en las cenizas de la indiferencia.

 

clamor

 

2 respuestas a «Clamor en el Monte»

  1. «…las cenizas de la indiferencia..» o la desolación e impotencia nuestra por no poder evitarlo… Me has descubierto el árbol tafagag! no lo conocía y me he emocionado al verlo.. casi lloro por fuera al ver que murió a manos del hombre y su camión en 1973… el año en que nací yo.. Maravilloso poema, compañero! 🖤!

    1. Qué fascinante es la historia del Árbol del Teneré! Conocida por muy pocos como tafagag. Su solitaria existencia en el vasto desierto y su eventual destino lo convierten en un símbolo único de resistencia y adaptabilidad. Un poco la historia de la vida y de muchas vidas en un desierto lleno de personas en vez de arenas. El gran secreto es el legado, la huella que dejamos para que otros sigan su propio camino.
      Cada persona, consciente o no, deja un rastro. Las generaciones futuras miran hacia atrás no solo para aprender, sino para encontrar inspiración y fortaleza. Así como el Árbol del Tafagag fue un faro en el desierto, cada persona puede ser un punto de referencia para otros, un símbolo de perseverancia y esperanza.

      El verdadero misterio de este desierto humano es que, aunque cada uno camine su propio sendero, todos contribuyen a un tapiz más grande y complejo, tejido con la esencia de miles de vidas y experiencias.
      Qué enorme gusto es leerte 😀

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