El Chino

En la noche profunda de la ciudad,
donde las sombras se mezclan con los sueños rotos,
vivía un hombre conocido como «el Chino».
Aunque nacido en algún rincón de Sudamérica,
sus raíces eran de tierra humilde,
pero su vida, una danza con el peligro,
lo había llevado a las frías calles de asfalto.

Sueños de riqueza iluminaban su mente,
imaginaba moneda extranjera y mujeres de fama;
ésas que pululan los medios
y un mundo lejos del hambre y del frío.
Su hogar eran la calle y alguna plaza oscura,
su almohada, una pistola cargada con sus esperanzas.
Una vez, a los doce años,
conoció a Dios en un cruce de balas
y por un milagro, su vida fue perdonada.

En otra esquina de esa urbe indiferente,
un policía patrullaba con determinación.
Su uniforme, un escudo contra el mal,
pero su corazón,
una historia de errores y arrepentimientos.
Había dejado atrás a su hijo,
cegado por el deber,
sin ver que el abandono era un crimen silencioso,
una herida que el tiempo no cerraba.

El niño, ahora crecido,
conocía el hambre y la miseria como únicos amigos.
Sin un guía, su camino lo llevó a las sombras
donde «el Chino» reinaba.
La vida los unió en una encrucijada amarga,
donde el destino se burla de los hombres
y los sueños mueren.

El policía, en su lucha contra el crimen,
encontró su peor enemigo en el reflejo de su propio error,
su hijo perdido en la penumbra.
En un enfrentamiento inevitable,
las balas volaron como promesas rotas
y en el suelo, el eco de su propio dolor resonó.
La vida de «el Chino» se extinguió
junto con los sueños del niño abandonado,
en un final donde ni la justicia ni el amor
encontraron redención.

 

el Chino