El Eco de soñar

Todo depende de lo que nos permitamos soñar, del alcance
de nuestra visión, de la sensibilidad de nuestro corazón.
En cada risa compartida, en cada abrazo sincero,
dibujamos un fragmento de eternidad,
soñamos juntos mundos que quizás nunca habitemos,
pero que son tan reales en nuestras almas,
como el aire que respiramos.

Sin embargo, en lo más profundo, justo allí vive la duda,
no por elección, sino porque la vida
traza sus propios caminos,
implacables y misteriosos.
Para el alma soñadora, todos los días son perfectos,
ninguno se mide en tiempo, sino en gotas de intensidad y de fulgor.
Cada amanecer es una promesa,
cada atardecer, un susurro de esperanza.
En su corazón, los sueños florecen como jardines eternos,
llenos de colores y fragancias
que sólo la imaginación puede concebir.

Pero para la pobre alma que olvidó soñar,
sólo le queda el camino y el destierro de soñar sueños ajenos.
Su vida se convierte en un peregrinaje sin destino,
donde el horizonte nunca alcanza
y las estrellas se desvanecen en el olvido.
Sin el brillo de sus propios sueños, su corazón se torna un desierto,
árido y silencioso,
donde las sombras del pasado persiguen los anhelos
que nunca se atrevió a abrazar.

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