Ay, la hormiguita, tan pequeña y a la vez inmensa,
nos llenan de rencor cuando nos roban los brotes,
y de ardor cuando pican con su fuerza silenciosa.
Teseo, perdido en el laberinto del Minotauro,
no halló salida hasta que las hormigas, sabias y tenaces,
dejaron un rastro de migas de pan, su única esperanza.
Ellas, trabajadoras, sin mirar al cielo,
ignoran si es día, noche, lluvia o viento,
construyen su mundo con precisión eterna,
como estrellas en las galaxias, sembrando polvo de luz.
El universo, en su sabiduría, refleja en ellas
la perfección de lo invisible, lo sutil y lo eterno.