Imágenes de la inocencia me revolotean.
Pequeña era mi talla, curiosa mi mente,
y en los amplios jardines mi niñez danzaba.
Sabía de duendes, de sueños y lunas,
del amor de la vida, de la ternura en Dios.
Los días tenían aroma a misterio,
y en cada esquina, el amor susurraba.
Soñaba ilusiones con un hombre maduro,
puertas abiertas, caminos y triunfos.
Hoy, en silencio, el tiempo me enseña
a un hombre sereno, discreto y apacible.
Sin lágrimas que llorar, sin miedos que temer,
vivo entre recuerdos, promesas de sal.
Semanas y meses en su monotonía,
me ofrecen sus días y mi alma tirita.
Lejos palpita la inocencia del niño,
y en la vacía agonía se muere mi Dios.
Controlada, mi vida se escapa en suspiros,
mientras el amor y la fe se van desvaneciendo.
A un ritmo lento e inevitable,
marcha serena hacia la niñez de mi vejez.