El invierno …
esa estación callada que invita a mirar hacia adentro,
a reflexionar con el corazón arropado por el silencio.
Va a su propio ritmo, lento, sabio, profundo.
Y por eso, siempre conviene guardar algo para él:
cosechas de amor,
caricias de los veranos del alma,
alegrías recolectadas en las primaveras de la vida.
En la siembra, aprende.
En la cosecha, enseña.
Y en el invierno… disfruta.
El aire frío todo lo transforma:
entre el filo seco que corta las mejillas
y la calidez de ciertos aromas,
el invierno crea su propia alquimia.
Es ese instante en que el alma se estremece
al oler canela y nuez moscada,
pan de jengibre, abeto en el suave humo,
y la leña ardiendo lentamente
como un abrazo antiguo que no se olvida.
Es en ese perfume del fuego y la especia
donde el alma encuentra abrigo,
y el corazón…
una tregua sagrada.