Voces dicen, que la madurez es la edad del atardecer.
Pero hay atardeceres ante los que todos se detienen a mirar.
Una sensación de armonía, plenitud y belleza lo envuelve todo.
Es el punto exacto donde el mar ya no necesita demostrar nada;
su sola quietud basta, su elocuencia está en el silencio.
Entonces la tarde, en ese instante que abraza el crepúsculo,
vuelve de color violeta a los seres y a las cosas.
Hace una pausa, eclipsa su corazón…
Tan sólo para ver su belleza.
y, sin sonrojarse, le devuelve un beso en las mejillas del tiempo.

