La Vida.

Sí, la vida…

Me reconoce a lo lejos, a veces me espera y otras, las más, me esquiva. Entre ese olor tan amoroso que dejan los perros y esa sonrisa que hasta parece dibujada, aunque adentro el alma cruja, no le pierdo pisada. Amor, ternura y una esperanza infalible, que a veces se disfraza de alegría.

En cada rincón, en cada mirada, la vida y yo jugamos a encontrarnos y perdernos. Hay días en que su abrazo es cálido y reconfortante y otros en que su ausencia se siente como una sombra fría. Sin embargo, en medio de todo, los pequeños gestos y las caricias sinceras me sostienen, recordándome que siempre hay algo por lo que seguir adelante.

El amor de un perro, con su lealtad incondicional y su afecto puro, es un bálsamo para el alma. Es en esos momentos de simplicidad y verdad donde encuentro fuerzas para seguir. Y aunque a veces mi sonrisa sea un velo para esconder el dolor, en mi interior arde una llama que nunca se apaga.

La ternura, en su forma más pura, es el hilo que teje los días de esperanza. Es esa chispa que ilumina incluso los momentos más oscuros, transformando cada día en una oportunidad para renacer. La alegría, aunque a veces se presente como un disfraz, es el puente que me lleva de vuelta a la esperanza.

Así, en este baile constante con la vida, sigo avanzando, con el corazón lleno de amor y la mirada fija en el horizonte, confiando en que, al final, siempre habrá un nuevo amanecer esperando.

 

la vida