Nada es casual

Nada es casual. Nada ocurre porque sí. Todo tiene una razón, un momento, un propósito, aunque no siempre lo comprendamos.
Esa mosca que te incomoda, esa amiga que “por casualidad” encontraste en la calle, esa demora inesperada o ese encuentro fortuito… todo tiene un sentido, aunque escape a la mirada inmediata.

Así caminamos y cambiamos en la vida. Nadie es hoy igual que hace veinte años. Todos evolucionamos, aunque no siempre hacia lo mejor. Hay quienes, por elección o por miedo, deciden endurecerse y su cambio no es crecimiento, sino alejamiento de la luz.
Algunas personas viven en una oscuridad tan profunda que podrían quemarte solo para sentir un poco de calor mientras ardes. No te lo tomes como algo personal, pero aprende a tomar distancia: muchas veces ni siquiera saben que lo hacen.

Y también están las otras: esas almas luminosas que irradian una energía tan cálida que basta su presencia para hacernos sentir en paz. Su sola compañía se vuelve un refugio, Sientes la energía de su sonrisa aunque sus piés caminen a miles de kilómetros de los tuyos.

Nuestro cuerpo es sabio, el universo también. Ambos nos envían señales; todo es un lenguaje de símbolos y sincronías que nos guía, si sabemos escuchar.
Nada es casual. Cada persona que cruzas en tu camino llega con un mensaje, una lección, un espejo donde el alma se reconoce y crece.

El tiempo —ese guardián severo pero justo— no olvida ni perdona. Al final del recorrido, recordará a cada alma que es responsable de sí misma.
Cuando llegue el momento del balance, ningún espíritu podrá decir: “me obligaron”, “tenía miedo”, “no supe qué hacer”. No bastará.

Aún tenemos tiempo, porque aún tenemos vida.
Y aunque parezca una simple casualidad, tu existencia —como la mía, como la de todos— es parte de un tejido perfecto, hilado con propósito por el universo… y por tu propia alma.

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