A veces pienso en los años vividos,
en las almas que cruzaron mi camino,
en los rencores que alguna vez guardé.
La vida tiene formas curiosas de enseñarnos,
de susurrarnos que el peso del resentimiento
solo nos atrapa a nosotros,
mientras aquellos a quienes dirigimos el rencor…
ni siquiera se dan cuenta.
No sé si hay una edad para olvidar,
quizás sea un regalo del tiempo,
un eco de la sabiduría que llega sin prisa.
Hubo un tiempo en que me aferré
a cada agravio como si fuera parte de mí.
Cada traición, cada injusticia,
tejían una lista interminable de heridas.
Pero con los años,
esa lista se tornó demasiado pesada.
Comprendí que el perdón no es para quien hiere,
sino para quien desea sanar.
Es un acto de liberación,
una puerta que se abre hacia la paz.
No sé cuándo ocurrió,
pero un día miré atrás
y los rencores ya no estaban.
Ahora prefiero llenar mis días de amor,
rodearme de quienes iluminan mi vida,
abrazar la tranquilidad de hacer las paces
con mi propia historia.
Si me preguntas a qué edad se olvida el rencor,
te diré que no es cuestión de años,
sino de sabiduría.
Cuando comprendes que el perdón
es un regalo que te haces a ti misma,
la vida se vuelve más ligera,
más amable…
y mucho más hermosa.
Pienso…
🐬 Laura 🐬