Tal como las portadas de los libros,
que infinitas veces nos engañan.
Los abrimos, esperando encontrar algo mágico, sorprendente
y son simplemente letras ordenadas con prolija labor.
Otras, las mejores,
presentan una tapa que poco promete
y adentro, todo un mundo de maravillas y magia nos abraza.
Las almas somos algo parecido, habitando cuerpos.
Hermoso y triste al mismo tiempo.
Siempre recuerdo, hace ya varios años,
encontrar a una persona muy joven de aspecto
y en ese mismo cuerpo un alma ya muy vieja,
repleta de sabiduría, paciencia
y una conexión profunda con la naturaleza y el universo.
Era increíble tanta juventud guardando
tal tesoro de evolución espiritual.
El universo tiene esas cosas
y nos regala la magia de nosotros descubrirlas.
Nos encontramos con personas que,
como libros con portadas sencillas,
esconden en su interior la más rica de las historias,
la más profunda de las enseñanzas.
La sabiduría de la vida se encuentra en esos encuentros,
en la capacidad de ver más allá de las apariencias
y conectar con la esencia verdadera de cada ser.
Un libro llamado Mery.
El universo, en su infinita sabiduría,
nos ofrece estos regalos para que aprendamos a mirar
más allá de lo evidente, para que entendamos
que la verdadera esencia de las cosas
y las personas se encuentra en su interior.
Así, cada encuentro se convierte en una lección,
una oportunidad de crecer y de maravillarnos
con la complejidad y la belleza de la vida.
La sabiduría de la vida se revela
en esos momentos de conexión profunda,
cuando reconocemos que cada ser
es un libro esperando ser leído,
una historia esperando ser comprendida.
Y en esa comprensión, encontramos la verdadera magia
y el verdadero valor de nuestra existencia.
Así, cada encuentro se convierte en una lección,
cada alma en un maestro.
Y nosotros, aprendices eternos,
seguimos explorando las maravillas ocultas
en los corazones que cruzan nuestro camino.
La sabiduría de la vida nos enseña a valorar lo esencial,
a descubrir la magia en los lugares
y personas menos esperados.