Nada tan difícil como el primer «te quiero» o el primer beso que, en silencio, lo dice sin palabras. Porque contiene dentro de sí la subordinación del corazón y el punto de un sin retorno en la misma historia de la vida.
Ese primer «te quiero» es una chispa de vulnerabilidad y valentía, un puente hacia lo desconocido que se construye con cada latido acelerado del corazón. Es la entrega de nuestra alma en un susurro, un acto de fe que nos desnuda emocionalmente, revelando los sentimientos más profundos que habitan en nosotros.
El primer beso, en su silencio elocuente, dice más que mil palabras. Es un poema sin versos, un pacto tácito donde los labios se encuentran y el tiempo parece detenerse. En ese momento, se derrumban las barreras, y el corazón se rinde completamente, entregándose al otro en una comunión de almas.
Ambos actos son puntos de inflexión, hitos en la narrativa de nuestra vida que marcan el antes y el después. Una vez cruzado ese umbral, no hay retorno a la inocencia original; hemos dejado una parte de nosotros en el otro, y la historia que seguimos escribiendo juntos se enriquece con cada «te quiero» y cada beso que compartimos.
En estos gestos, se encierra la esencia del amor, la rendición total y la aceptación de que, a partir de este momento, nuestras vidas están irrevocablemente entrelazadas. La dificultad de dar ese primer paso es la prueba del valor que tiene, y la belleza que surge de esa rendición es el testimonio de la magia que reside en la entrega sincera del ❤️