Trilogía de relatos breves.
Cuentan que la vida es como un viaje, uno en el que todos somos pasajeros.
Venimos para aprender, para vivir cada experiencia como un regalo, sin manual de instrucciones.
Nadie sabe qué nos espera y, en realidad, nosotros tampoco.
A veces el camino se presenta retorcido y difícil, otras veces parece servido en bandeja.
Pero siempre, la vida es un misterio que se despliega frente a nosotros.
En ese vaivén, la curiosidad se vuelve nuestra brújula.
Es la forma en que el universo, sabio y paciente, nos dice que está listo para enseñarnos algo nuevo, esperando que nos acerquemos para aprender.
Cada pregunta que nos hacemos es una puerta que se abre a lecciones que aún no sabíamos que necesitábamos.
A lo largo de este viaje, hay algo más raro que el destino en sí: las conexiones humanas.
Encontrar a alguien con quien puedas ser auténtico, compartir tus miedos, tus sueños, tus pensamientos, sin ser juzgado ni criticado, es un regalo invaluable.
Esas almas que aparecen en nuestra vida, sencillas, sinceras y profundas, son joyas que no se encuentran todos los días.
Con ellas, las conversaciones son fluidas, las palabras tienen peso y el silencio nunca es incómodo.
Dicen que el universo tiene una forma curiosa de unir a las almas que están destinadas a encontrarse.
Quizá somos eso: almas eternas, en cuerpos temporales, que se cruzan para aprender juntas.
Almas que se buscan y coinciden en un mismo espacio, en un mismo tiempo, para seguir el infinito camino de retorno a la luz, a la fuente de todo.
Porque, aunque a veces lo olvidemos, no estamos solos en este viaje.
Y esa, quizá, es la mayor lección de todas.
Una verdad, que ya deja de ser simples relatos.