Secreto

Llevamos un secreto adentro. Un corazón de niño disfrazando la vergüenza de ser descubierto detrás de los ojos de un adulto. Acomodando recuerdos, desempolvando sueños que en tanto tiempo se volvieron eternos. A veces frunciendo el ceño, pateando las hojas secas como niños malos disfrazados de Hamlet, disimulamos los sueños que se escapan por las heridas del alma. Inventamos sonrisas, pintamos el cielo con estrellas y, así, desatamos el nudo de los días.

Es en esos momentos, cuando la carga de la vida adulta nos agobia, que el niño interior se revela. A veces, lo hacemos sin darnos cuenta: Una carcajada espontánea, un deseo ferviente de correr bajo la lluvia, o una lágrima que brota al recordar un sueño olvidado. Este niño, escondido pero siempre presente, nos exige la pureza de nuestros primeros deseos, la simplicidad de nuestras primeras alegrías.

Fruncimos el ceño y pateamos hojas secas, encarnando dramas que no nos pertenecen, en un intento de ocultar la vulnerabilidad que se asoma por las grietas de nuestras corazas. Sin embargo, cada sonrisa inventada, cada estrella pintada en el cielo, son actos de rebeldía contra la rutina y el cinismo que intentan dominarnos.

Desatando el nudo de los días, encontramos en esos pequeños gestos la fuerza para seguir adelante. Cada día, con sus desafíos y tribulaciones, se convierte en una oportunidad para redescubrir la magia que llevamos dentro. El niño en nosotros, a veces herido pero siempre resiliente, nos guía en esta travesía. La vida, con todos sus altibajos, sigue siendo un juego maravilloso de imaginación y esperanza.

Así, entre recuerdos y sueños, entre lágrimas y sonrisas, seguimos avanzando. Porque en el fondo, todos llevamos dentro un corazón de niño que se resiste a ser silenciado. Un alma que busca constantemente la luz en medio de la oscuridad. Una esperanza que, a pesar de todo, nunca deja de brillar.

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