Dejar de Amar

No dejamos de amar al partir,
lo hacemos antes,
en la quietud de los días,
cuando los ojos ya no se buscan,
cuando las palabras mudas,
se vuelven ecos sordos
y el deseo se disfraza
de sombra pasajera.
El amor no se va,
en el instante final,
se desvanece despacio,
como el sol ocultándose
tras el horizonte,
sin que nadie lo note.

El tiempo gira
su rueda implacable,
algunos lo ven llegar,
otros lo intuyen en el viento,
y muchos,
atrapados en espejismos,
nunca lo comprenden,
anclados al pasado
como náufragos famélicos,
que no saben soltar
la cuerda rota
que los asfixia.

Una relación no muere
en la última palabra,
se desangra lentamente
cuando uno de los dos,
en silencio,
deja de habitar
los sueños compartidos,
y se prepara para irse,
mientras el otro
aún no despierta
de esa tregua ilusoria.

Amar es también
aprender a soltar,
a aceptar la partida
antes del adiós,
porque el amor
no posee,
no retiene,
sólo vuela libre
como el viento
entre las manos.
El miedo y la posesión,
esos verdugos silenciosos,
matan lo que debía ser eterno.

Y sin embargo,
hay quienes no se despiden,
sino que…
se disuelven en el tiempo,
como hojas caídas
que nadie recoge,
dejando huellas en el alma,
que solo el silencio entiende.

amar