La vida en el campo es un poema
escrito con las manos,
donde la serenidad es el signo
más profundo de la sabiduría.
Aquí, el tiempo parece detenerse,
como un manantial de paz que aflora
entre las piedras húmedas del alma.
Al mal tiempo no se le enfrenta con enojo,
y a las risas se les da la bienvenida con gratitud.
La victoria y el fracaso, como estaciones,
son sólo vientos que pasan,
hoy te abrazan con promesas dulces,
y mañana se desvanecen,
dejando lágrimas y un eco de nostalgia.
En esta tierra,
la vida enseña con cada amanecer.
Despertar con el sol en el horizonte
es sentir el aliento fresco de la mañana,
un susurro que dice que la verdadera riqueza
no está en lo material,
sino en la quietud y el trabajo honesto.
Sembrar en este suelo es un acto de fe,
es confiar en que lo que cuides con perseverancia
florecerá, tarde o temprano.
La vida de campo, aunque parezca dura,
es una danza entre el esfuerzo y la paciencia,
y cada semilla plantada es una promesa
de frutos que llenarán tus manos y tu alma.
Aquí, en la soledad de la tierra poco fértil,
la gratitud florece como un campo en primavera,
y el corazón, al ritmo de la naturaleza,
encuentra su hogar en la sencillez y la calma.