No toda la vida es ebullición,
no creas que la alegría solo vive en la gran ciudad.
En la soledad, la tierra siempre acompaña,
el sol está más cerca, y la luna alumbra, incluso nublado.
Y cuando alguien te diga que no ves la realidad,
que Dios solo atiende en las capitales,
míralo y pregúntale: ¿Qué realidad?
¿La tuya o la mía? Porque la mía seguro que no.
Aquí jugamos cartas con las estrellas,
la luna, y Dios sentado en la punta de la mesa.
La vida es simple, sin grandes alborotos,
sin victorias resonantes, pero las derrotas
a las que sobreviví te sorprenderían.
Le llamamos vida, y el premio siempre es
una sonrisa y un abrazo fuerte.
El alma ama como espíritu, como fuego,
como aire que no conoce fronteras,
más allá de lo que existe, sin cuerpo ni mente,
solo percibiendo la química imperfecta
que nos une y nos define.
En la soledad también hay gente:
fantasmas de memorias pasadas,
voces que susurran lo no dicho,
y la presencia silenciosa de los sueños.