Somos diferentes,
algo insolentes también.
Pasajeros sin estación ni boletos
en el tren de la vida,
llevamos un sueño en nuestro equipaje,
grande como nuestro dolor.
Somos diferentes,
miramos la ventanilla de la vida
sin saber distinguir si sentimos
o esperamos un poco de amor.
Ese amor que nace día tras día,
hora tras hora, pero nunca de un vientre.
Del alma misma nace.
Somos una moraleja de mentiras
sedientas de argumentos vacíos,
somos diferentes.
Donde las ausencias de quienes se llevaron nuestro amor
son las migas del pan,
y nuestros gritos de ausencia de sueños,
la mayor de las mentiras.
Somos diferentes,
vagabundos de emociones y pensamientos,
exploradores de un mundo
que no siempre entendemos,
ni nos entiende.
Nuestros corazones, llenos de cicatrices,
laten con una esperanza silenciosa,
una fe inquebrantable en lo imposible.
Nos movemos a través de los días,
buscando fragmentos de verdad
en un mar de ilusiones.
Nuestros pasos son inciertos,
pero nuestro espíritu, indomable.
Cada mirada a la ventanilla es un reflejo
de nuestras dudas y deseos,
de nuestras esperanzas y desesperanzas.
Somos diferentes,
y en esa diferencia encontramos nuestra fuerza.
Porque aunque nuestros sueños sean grandes
y nuestro dolor profundo,
es esa misma intensidad
la que nos define, la que nos impulsa.
Somos el eco de risas perdidas,
las sombras de abrazos no dados,
pero también somos la promesa de un nuevo amanecer,
la certeza de que, a pesar de todo,
hay belleza en nuestra lucha, nobleza en nuestra resistencia.
Somos diferentes,
y en esa diferencia,
hallamos nuestro lugar en el universo,
un rincón donde nuestras almas pueden descansar,
donde nuestros sueños pueden florecer,
donde el amor, aunque nacido del alma,
puede encontrar su camino hacia la realidad.