Final

Todo tiene un final, todo termina,
el amor no escapa a esa infalible ley de la vida.
A veces a un tiempo de rosas e idilio,
le sigue otro frío y descolorido
hasta que, como hojas muertas,
caen por su propio peso.

Las primeras grietas aparecen silenciosas,
insidiosas, casi imperceptibles,
pero cada una es un eco de lo que está por venir,
una premonición del desmoronamiento inevitable.

Los que eran nuestros problemas
se transformaron en sus problemas y mis problemas,
nuestros proyectos se transformaron
en sus proyectos y mis proyectos.

Una división que antes no existía,
un abismo que crece con cada día que pasa.
El otrora camino compartido,
se divide en caminos separados.

Alguno llena una valija con sus cosas,
la puerta se cierra a sus espaldas,
se despide sin palabras, sin mirar atrás,
y la puerta se cierra con un clic definitivo.
Un sonido que marca el fin de una era.
Y nunca más se vuelve a pisar el mismo suelo.

El mundo compartido es ahora
un mundo diferente,  inerte y desolado.
El amor, que antes era un jardín en flor,
se marchita con el tiempo, víctima de la inclemencia.

El tiempo de las rosas se desvaneció,
dejando lugar a una estación de hojas muertas,
de fríos amaneceres y de noches solitarias.
Los sueños compartidos
son ahora  amargos recuerdos.

El suelo compartido se volvió extraño,
cada rincón, cada objeto, un recordatorio
de lo que fue, de lo que ya no será.
El mundo que construimos juntos
desmoronado en un paisaje desolado,
inerte, esperando ser reclamado por el tiempo,
por el olvido.

Todo tiene un final, todo termina,
y el amor, por más intenso y verdadero que sea,
no escapa a esta ley infalible de la vida.
Pero en cada final, en cada adiós,
hay una lección oculta, un susurro de esperanza,
una promesa de que, quizás, en algún rincón del tiempo,
volveremos a encontrar un nuevo comienzo,
una nueva razón para amar, para soñar,
para creer.

 

final