Hay cosas que llevan su tiempo
y otras que el tiempo se lleva.
Es la ley del universo.
Fluir, eternamente cambiar.
El río no se detiene, siempre avanza,
llevando consigo historias, memorias,
dejando atrás lo que ya fue,
abrazando lo que está por venir.
Las estrellas nacen y mueren,
dejando su luz en el vasto firmamento,
recordándonos que incluso la eternidad
tiene sus ciclos, sus transformaciones.
El viento acaricia las hojas,
las lleva consigo en un baile sin fin,
cambiando paisajes, creando nuevas formas,
un susurro constante de movimiento y vida.
Los momentos se desvanecen como arena entre los dedos,
pero cada grano cuenta una historia,
un fragmento de la infinita danza
de creación y destrucción, de comienzo y fin.
Aceptar esta ley del universo
es entender la belleza del cambio,
la serenidad en el flujo constante,
la magia en cada transformación.
Fluir, eternamente cambiar,
es encontrar la paz en el movimiento,
la sabiduría en la impermanencia,
la alegría en cada respiro, en cada latido,
en la certeza de que todo lleva su tiempo
y todo encuentra su lugar en el sabio orden del universo.