Hay personas que son como hormigas.
Nos piden una hojita y después se llevan hasta nuestro tallo,
dejándonos desnudos y vacíos.
Y entonces vienen las que dicen que nos van a sanar,
pero también se llevan nuestras ramas secas,
nos quitan hasta la maceta y nos dejan con la raíz desnuda.
El viento sopla y se lleva la tierra
que ya el sol se encargó de secar
y la luna nos reclama ensuciar su plateada acera.
Entonces, la vida nos acurruca
y nos regala un helado, con sus gustos, nunca los nuestros.
Nos deja melosos para las nuevas hormigas voraces
que todavía no han llegado
y ella misma se come hasta el barquillo.
Una planta sin hojas no sabe ni puede comer helados.
En esta metáfora de la existencia, somos plantas frágiles,
arraigadas en la tierra de nuestras experiencias.
Las hormigas, con su insistente labor,
son las personas que, en su afán de obtener algo de nosotros,
terminan llevándose todo.
Nos despojan de nuestras hojas, nuestras ramas,
e incluso de nuestras raíces,
dejándonos expuestos y vulnerables.
Luego llegan aquellos que prometen curarnos.
Nos despojan de lo seco y lo muerto,
pero en su afán de ayudarnos,
también se llevan nuestra maceta, el hogar que nos sostiene.
Quedamos así, con las raíces al descubierto,
a merced de los elementos.
El viento se lleva la poca tierra que nos queda,
secada por el sol implacable
y la luna, en su majestuosidad, nos acusa
de ensuciar su brillante camino nocturno.
La vida, en su ironía, nos ofrece un helado,
un consuelo dulce pero inapropiado.
Nos da sabores que no elegimos,
dejándonos pegajosos y listos
para el próximo enjambre de hormigas.
En nuestra forma vegetal,
no podemos disfrutar de este helado;
no tenemos hojas ni flores para saborearlo.
Somos una planta despojada, incapaz de deleitarse
en los placeres simples que la vida nos ofrece.
Esta alegoría nos enseña sobre la naturaleza
del dar y el recibir,
sobre cómo algunas personas pueden
drenar nuestras energías
mientras otras, aunque con buenas intenciones,
pueden dejarnos igualmente expuestos.
Sin embargo, también hay una lección
de resiliencia y adaptación.
Aunque nos veamos despojados y vulnerables,
la vida sigue y debemos encontrar
la manera de florecer nuevamente,
de echar raíces en nuevas tierras
y de protegernos de las hormigas
que buscan aprovecharse de nuestra bondad.
Como decía Culóstenes, si la vida te da la espalda,
tócale la sentadera🤭
Aunque ahora dudo si era Culóstenes 🤔
