Ver no es mirar…
Ahora escucho a mis hijas decir: “Estoy aburrida”,
y entonces, como un eco en la brisa, recuerdo…
Un día, cuando apenas contaba cinco o seis años,
le dije a mi padre que no sabía qué hacer,
que el tedio me envolvía en su sombra estéril.
Él no respondió con palabras vacías,
en cambio, tomó mi mano con la ternura del tiempo
y me llevó al patio de casa.
—Mira bien —me dijo—,
pregúntate si lo que ves hoy
es idéntico a lo que viste ayer.
Sus ojos esperaban mi respuesta,
pero antes de que el viento la llevara,
él ya había dejado su lección sembrada en mi alma:
si aprendes a mirar, jamás volverás a aburrirte.
Y en ese instante, como si un velo invisible cayera,
el mundo se desplegó ante mí con un fulgor desconocido.
Los días dejaron de ser repetidos,
la naturaleza comenzó a susurrarme sus secretos,
y la palabra «aburrimiento» se volvió ajena,
como un idioma que ya no sabía hablar.
Crecí escuchando esas voces,
las que resuenan en los corazones que aprendieron a mirar.
Voces que se afinaron en un mundo sin pantallas,
sin redes, sin urgencias digitales.
Un mundo donde el tiempo aún sabía danzar
al ritmo pausado de las estaciones.
Y ahora, cuando el silencio me envuelve,
cuando mis hijas ya adultas buscan en la rutina un milagro,
cierro los ojos y sonrío.
Porque, simplemente… recuerdo.