El Pico Rosado, majestuoso en su altura,
es la cumbre más inalcanzable, de belleza pura.
Perfecta para los deseos de un hombre soñador,
imponente y divina, llena de un celestial fulgor.
Casi irreal en su ser, su estampa eterna,
a sus pies yace el dilema: una verdad tierna.
¿Tocar su cima, sucumbir en su encanto,
o admirarla de lejos, en un amor sacrosanto?
Sin clavos de fisura, sin expansibles que guíen,
sólo quedan las huellas de hombres
que por ella vivieron y murieron.
¿Confiar en el amor, en la senda sin certeza,
o temer al abismo y su oscura maleza?
El hombre propone, con su corazón ardiente,
pero es la montaña la que elige sabiamente.
Las manos que acarician sus aristas y pliegues,
deben ser puras, llenas de amor y sus leyes.
En la cumbre se encuentra dios y la sabiduría eterna,
un amor inalcanzable, que en el alma interna.
Quizás lo más crítico sea la espera paciente,
de un amor imposible, tierno y omnipresente.
Y así, el hombre sueña con su amor distante,
con la cima del Pico Rosado, su deseo constante.
Admirarla de lejos, su destino quizás,
en la dulzura de un amor que nunca se extinguirá jamás..