Regalo del corazón

La vida es  un regalo

A veces las palabras llegan como un abrazo. No se anuncian, no se esperan, simplemente aparecen… y cuando lo hacen, tocan profundo.

Así ha sido el regalo de Nora, una lectora que no solo se detuvo a leer, sino que también se tomó el tiempo de sentir, agradecer y dejar en estas líneas una joya poética que honra este espacio, el alma de este blog, y el lazo sutil que nos une sin vernos. (entrada original: SINCRONICIDAD, CUANDO EL UNIVERSO SUSURRA)

Desde España, Nora nos dejó esta maravilla de texto que no puedo más que compartir con gratitud y emoción (comentario de Nora). Porque este blog no vive de suscripciones, ni de cifras, vive de esto: del vínculo invisible entre quien escribe con el alma y quien lee con el corazón.

Gracias, Nora, por tu sensibilidad, por el gesto desinteresado y por recordarnos que las sincronicidades existen… y cuando llegan, iluminan.

Aquí tu poesía, eterna desde hoy en estas páginas.🙏👇

Conocerte fue sincronicidad
Sentir que me llamas
cuando yo te llamo,
o pensar en ti cuando el crepúsculo
se lleva tu sombra.

Sin tocarte te he amado,
sin conocer tu día
nos despertamos juntos
en habitaciones distantes.

Sincronicidad se llama mi alma
encontrarte para abrir los ojos,
así, se conoce mi camino.

Me alejé para tenerte
y cuando me acerqué
ya me tenías en tus brazos.

Pensé que te habías marchado
y cuando me dormí
subías a mi cama a soñar conmigo.

Soñé contigo
cuando no dormías,
soñamos juntos cuando
la distancia se volvió pesadilla.

Así se conocen los sueños,
solo cuando nuestros cuerpos
sean pura imagen de la mente.

Así empiezan a hablar los ojos,
me llamas así sin llamarme
te encuentro así sin buscarte.

 

regalo

Luchadora de Mil Vidas

Luchadora y valiente.

Vas por la vida, tejedora de historias,
haciendo y deshaciendo con manos de fuego.
Eres una luchadora como los antiguos,
peleando por tu alma, por tu anhelo sincero.

Has cruzado batallas que el tiempo no olvida,
en campos de sombras y en cielos abiertos;
por la vida, la fe, un amor, un misterio,
por ideales que laten dentro del pecho.

Quizás fuiste Artemisa en sus sueños de gloria,
o Bodica, asediando Roma y tu propio destino.
Quizás Zenobia, la reina de Palmira,
o Jeanne Hachette, sin más camino.

Hoy el combate no lleva armaduras,
ni espadas ni estandartes ondeando al sol;
hoy se libra en silencios, en lágrimas puras,
en seguir sin certezas, en dar sin razón.

Guerrera del alma, del tiempo y del viento,
heredera de siglos grabados en piel;
luchadora que cae, se alza y camina,
aunque no sepa si el sueño será de ella.

Tu esencia no muere, no cambia ni flaquea,
es llama que danza en cada amanecer;
y aunque el mundo te hiera o el miedo te apriete,
sigues dejando tu marca, volviendo a creer.

Eres semilla en campos de dudas,
luz encendida en noches sin fin;
luchadora eterna de causas perdidas,
que a fuerza de amor… siempre vuelve a vivir.

luchadora

Los Ecos del Pecado

No ser uno mismo,
el peor pecado.

La envidia entró sin ser vista,
como sombra que acaricia el alma por la espalda.
Miró la vida del otro, su risa, su luz,
y en su pecho creció el invierno,
hasta que no quedó más que hielo frente al espejo.
La envidia… era lo único que quedaba.

La pereza abrazó la cama con ternura de amante,
y el sol, impaciente, se deshacía en la ventana.
“Mañana”, dijo, sin convicción.
Pero el mañana no llegó nunca,
y el hoy se le escurrió como agua entre las sábanas.

La soberbia se peinó frente al espejo,
se vistió de sí misma y salió al mundo creyéndose dios.
Nadie la miró.
Solo un murmullo la acompañó:
«Uno más, creyendo ser único.»
Al caer la noche, solo su voz le hizo compañía.

La avaricia caminó entre montañas de oro,
con las manos llenas y el alma hueca.
Acumuló sueños que no eran suyos
y joyas sin brillo en los ojos.
Le faltó lo único que no se puede comprar:
la paz que se duerme en el pecho.

La ira estalló como trueno entre ruinas,
desgarró el aire con su grito mudo,
pero nadie escuchó su fuego.
Ni siquiera él.
Solo el eco quedó,
temblando entre las cenizas de lo perdido.

La gula vació platos y alacenas,
llenó su cuerpo con ausencias disfrazadas de banquetes.
Y al final, con la boca seca,
descubrió que lo que faltaba no se podía tragar.
El hambre más profunda era del alma.

La lujuria danzó con pasos prohibidos
bajo luces que no conocían el descanso.
En la penumbra, un roce, un beso, un incendio.
Pero el amanecer, cruel y sincero,
barrió las rosas del deseo con su aliento frío.
Y en la memoria quedó
el sabor amargo de lo que nunca fue amor.

Así pasan los días,
pecado tras pecado, como páginas quemadas de un libro sagrado.
Y al final, en la última línea,
un suspiro:
“Fui todo… menos yo mismo.”

pecado

El Arte de Mirar

Ver no es mirar…

Ahora escucho a mis hijas decir: “Estoy aburrida”,
y entonces, como un eco en la brisa, recuerdo…

Un día, cuando apenas contaba cinco o seis años,
le dije a mi padre que no sabía qué hacer,
que el tedio me envolvía en su sombra estéril.

Él no respondió con palabras vacías,
en cambio, tomó mi mano con la ternura del tiempo
y me llevó al patio de casa.

—Mira bien —me dijo—,
pregúntate si lo que ves hoy
es idéntico a lo que viste ayer.

Sus ojos esperaban mi respuesta,
pero antes de que el viento la llevara,
él ya había dejado su lección sembrada en mi alma:
si aprendes a mirar, jamás volverás a aburrirte.

Y en ese instante, como si un velo invisible cayera,
el mundo se desplegó ante mí con un fulgor desconocido.
Los días dejaron de ser repetidos,
la naturaleza comenzó a susurrarme sus secretos,
y la palabra «aburrimiento» se volvió ajena,
como un idioma que ya no sabía hablar.

Crecí escuchando esas voces,
las que resuenan en los corazones que aprendieron a mirar.
Voces que se afinaron en un mundo sin pantallas,
sin redes, sin urgencias digitales.
Un mundo donde el tiempo aún sabía danzar
al ritmo pausado de las estaciones.

Y ahora, cuando el silencio me envuelve,
cuando mis hijas ya adultas buscan en la rutina un milagro,
cierro los ojos y sonrío.

Porque, simplemente… recuerdo.

mirar

El Camino de Ana

-Todos fuimos alguna vez Marcos y Ana-

En un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y ríos cristalinos, vivía una joven llamada Ana. Ana tenía un corazón lleno de sueños y una mirada que reflejaba la esperanza. Su vida estaba tejida con los hilos del amor y las decepciones, pero siempre mantenía una fe inquebrantable en que, al final, todo se arreglaría.

Ana conoció a Marcos en una fiesta de verano. Él era encantador y lleno de promesas y por un tiempo, su relación floreció como las flores de primavera. Sin embargo, a medida que los días se sucedían, Ana comenzó a darse cuenta de que Marcos estaba en su vida de paso. Un día, sin previo aviso, él se fue, dejando tras de sí un vacío y muchas preguntas sin respuesta.

El dolor…

de la partida de Marcos fue profundo, pero Ana sabía que debía seguir adelante. En su camino, conoció a varias personas, algunas que no le convenían y otras que la hicieron llorar. Cada encuentro, cada lágrima, era una lección, una prueba de su resiliencia y capacidad de aprender. Ana se dio cuenta de que quienes la decepcionaban no eran más que capítulos cerrados en el libro de su vida.

Con el tiempo, Ana aprendió a escuchar su corazón y a observar los hechos con detenimiento. Se dio cuenta de que las personas que realmente merecían la pena eran aquellas que permanecían a su lado en los momentos difíciles, aquellos que no sólo la hacían sonreír, sino también crecer.

Un día, mientras paseaba por el mercado del pueblo, Ana conoció a Daniel. Al principio, no hubo fuegos artificiales ni promesas grandiosas, solo una conexión sincera y un entendimiento mutuo. Daniel no sólo la hizo reír, sino que también la apoyó en sus sueños y la acompañó en sus miedos. A través de los días y las noches compartidas, Ana comprendió que Daniel era diferente.

Las decepciones del pasado parecían desvanecerse con cada gesto de amor y comprensión que Daniel le ofrecía. Ana se dio cuenta de que, a pesar de las mil decepciones, las dos mil alegrías que Daniel le daba valían mucho más.

Moraleja

En la vida, encontrarás muchas personas que pasarán por tu camino, algunas solo estarán de paso y otras no te convendrán. Habrá quienes te hagan llorar y te decepcionen, pero cada experiencia es una lección. Al final, quienes realmente merecen estar en tu vida son aquellos que te acompañan y te hacen crecer. Observa los hechos y escucha tu corazón, porque ellos te dirán quién realmente vale la pena.

Ana

Desaprender para recordar

Desaprender, a veces la vida nos pide olvidar
lo que creíamos certeza,
para abrir los ojos
y dejar que la naturaleza nos susurre su verdad.

Beber donde el caballo bebe,
pues nunca él tocará agua impura,
pero la pobre vaca no conoce esa lección.

Dormir donde el gato reposa en calma,
pues su alma lee las ondas secretas
que la Tierra murmura en su regazo.

Comer la fruta que un gusano probó,
porque su tacto es certeza
de tierra viva y sin veneno.
Buscar los hongos donde los insectos descansan,
pues ellos saben que los mortales no son amigos de la muerte.

Cavar un pozo donde el pájaro se esconde del sol,
pues allí el agua espera paciente
bajo la piel del mundo.

Seguir el ritmo del sol,
trabajar con su fuego y descansar en su ocaso,
como lo hacen las gallinas,
y cosechar así los granos dorados de la vida.

Comer verde, tan verde como el bosque,
para ser fuerte como sus raíces
y resistente como su alma.

Mirar más al cielo y hablar menos,
para que el silencio te encuentre,
para que la paz anide en tu espíritu
y tu vida florezca en armonía.

Desaprender para poder aprender

desaprender

La Dama del Sombrero y la Sonrisa de Luna

Camina con su sombrero alado y su sonrisa de luna pero antes, mucho antes…

En los albores de un tiempo olvidado, cuando las fronteras del mundo eran tan imprecisas como las líneas del horizonte… La sangre de dos mundos se unificó en un crisol ardiente. Lo mexicano y lo español danzaron como el fuego y el agua, creando un linaje digno de leyenda. En aquellas tierras, se murmuraba de una ciudad dorada, un tesoro tan antiguo como el susurro del viento entre las montañas. Pocos sabían que el verdadero tesoro se encontraba en el corazón de una niña.

La llamaron Karla, aunque también la conocían como la Dama del Sombrero y la Sonrisa de Luna.
Su nacimiento fue un prodigio. Aquella noche, el sol y la luna se abrazaron en un eclipse total y de esa perfecta alineación nació una luz deslumbrante que cubrió la tierra con un resplandor celestial. En medio de esa luminosidad, emergió una pequeña cuya piel reflejaba la suavidad de la luna y cuyo cabello atrapaba los rayos del sol. Desde entonces, la dualidad habitó su ser. La fuerza y el calor del astro rey se entretejieron con la intuición y la magia de la dama nocturna.

Karla creció como una hija de la luna, hermosa y misteriosa. Dicen que su rostro emanaba una claridad que inundaba su hogar con una luz tan suave que incluso las noches más oscuras parecían amaneceres velados. La llamaron «Sonrisa de Luna» porque su sola presencia iluminaba corazones y despertaba esperanzas dormidas.

Cada mañana, bajo el manto de un cielo dorado, se la veía con su sombrero alado, recorriendo los caminos como si guiara las mismas brisas. Pero cuando el sol caía y la tarde vestía al mundo con sus colores de fuego. Karla guardaba su sombrero con un beso, transformándose en madre y señora. Su sonrisa, bajo el sol radiante, era un faro; y bajo la luna plateada, su corazón se alzaba como un ave, volando sobre los corazones de quienes anhelaban versos y poesía.

Las leyendas cuentan que su corazón ilumina los bosques y los mares. Como si llevara dentro un pedazo de sol eterno. Y cuando la noche se extiende, dicen que Karla regresa a su hogar antiguo. Ese lugar donde las estrellas susurran secretos olvidados. Desde allí, vela por el mundo, asegurándose de que todo siga su curso.

En su viaje nocturno, su sombrero se convierte en un compañero de vuelo, recorriendo los cielos junto a ella. Entre las estrellas, su sonrisa brilla más que cualquier joya celestial. Su presencia inspira a poetas y cantores, quienes encuentran en ella la semilla de los versos más sublimes.

Así, Karla, la Dama del Sombrero y la Sonrisa de Luna, es más que una mujer. Es un puente entre mundos, un faro de esperanza. Un recordatorio de que en el corazón humano vive una chispa de lo divino.

En cada amanecer y en cada anochecer, su esencia persiste, tejiendo historias y dejando un rastro de magia que nunca desaparecerá.

sombrero

Los pasos de mi padre

Un día mi padre dejó su Asturias,
sus montañas verdes y ríos de nostalgia,
partió con el alma cargada de raíces,
pero con alas de esperanza cruzó el mar.

Navia quedó dormida en su memoria,
como un poema en pausa, sin despedidas.
Se llevó su legado de pastor errante
y un puñado de sueños bordados de brisa.

Un torbellino de risas lo salvó,
como lo hace la vida cuando insiste.
Y sé que un día, como él,
yo también dejaré mi tierra,
llevándome su poesía inconclusa,
para darle un final en la suya.

Buscaré los brazos que lo despidieron,
los abrazaré como propios,
y escribiré su epitafio frente al Cantábrico,
bajo la lluvia de un otoño gallego,
cerrando el círculo
con versos que se fundan en la tierra
de la vida que él comenzó.

padre

Lazos de Amor

Hay alguien especial para cada uno de nosotros, son los lazos de amor.

A menudo,

nos están destinados dos, tres y hasta cuatro seres. Pertenecen a distintas generaciones y viajan a través de los mares del tiempo y de las inmensidades celestiales para encontrarse de nuevo con nosotros.

Proceden

del otro lado del cielo. Su aspecto diferente, pero nuestro corazón los reconoce, porque los ha amado en los desiertos iluminados por la luna y en las antiguas llanuras. Con ellos hemos cabalgado en remotos ejércitos y convivido en las arenas del tiempo. Estamos unidos por los vínculos de la eternidad.

Es posible

que nuestra mente diga: “Yo no te conozco”. Pero el corazón sí le conoce. Nos toman de la mano por primera vez y el recuerdo de ese contacto trasciende el tiempo y sacude cada uno de los átomos de nuestro ser.

Nos miran

a los ojos y vemos a una alma compañera a través de los siglos. El corazón late, la piel de gallina. En ese momento todo lo demás pierde importancia.

Puede

que no nos reconozcan a pesar de que finalmente nos hayamos encontrado otra vez, aunque nosotros sí sepamos quiénes son. Sentimos el vínculo que nos une.

En cambio,

él o ella no. Sus temores, su intelecto y sus problemas forman un velo que cubre los ojos de su corazón y no nos permite que se lo retiremos. Tal es la fragilidad del destino.

La pasión

que surge del mutuo reconocimiento supera la intensidad de cualquier erupción volcánica y se libera una tremenda energía. Nos invade de repente un sentimiento de familiaridad, sentimos que ya conocemos profundamente a esta persona, a un nivel que rebasa los límites de la conciencia, con una profundidad que normalmente está reservada para los miembros más íntimos de la familia o incluso más profundamente.

Gracias

a una mirada, un sueño, un recuerdo o un sentimiento podemos llegar a reconocer a esas almas. El contacto que nos despierta tal vez sea el de un hijo, hermano, pariente o amigo íntimo. O puede tratarse de nuestro ser amado que, a través de los siglos; llega a nosotros y nos besa de nuevo para recordarnos que permaneceremos siempre juntos, hasta la eternidad.

Autor- BRIAN WEISS

lazos de amor

El Juego Eterno

La vida, ese juego eterno.
Que a veces nos gusta complicar,
enredarnos en máscaras y formas,
temer al eco del “qué dirán,”
confundiendo lo correcto
con lo que nos hace bien.

Soy un transgresor de afectos,
un anarquista de abrazos,
revolucionario de palabras simples:
envío un “te quiero” sin más,
como un susurro en medio del día,
o un “¿cómo estás?” inesperado.

Juego a la vida sin cartas ocultas,
pierdo por no ensuciar las manos
y aún así, sonrío con paz,
feliz por dentro, como río que sabe
fluir sin cambiar su cauce.

Es que seremos siempre incompletos,
partes de algo más grande,
mitades perfectas y enteras
en busca de un reflejo,
de un eco en los ojos de otros,
donde lo que falta también se siente pleno.

Somos lo que somos
y lo que alguna vez fuimos,
completos en esta danza,
partes enteras de un nuevo todo,
donde incluso el olvido
recuerda la sombra de lo amado.

Caminamos, dejando huellas suaves,
no siempre visibles a la luz del día;
huellas que se sienten en el pecho,
en cada “adiós” que alguna vez nos dolió
y cada “hola” que nos hizo eternos.

juego