En renglones rectos van escritas las tristezas,
en los torcidos la riqueza
y los duendes, corriendo por el margen,
arrojando las piedras y escondiendo la llave.
Hay que buscarla,
la vida no regala su oro;
los duendes no llaman a la puerta,
y la fortuna no viaja sin destino.
Días vestidos de prólogo,
de un destello prometedor,
de una luz embriagadora que nunca llegó
a iluminar un buen capítulo, apenas la portada.
Crónica anunciada de un final desastroso,
y, aun así, en el libro de los fulanos,
quedaron subrayados esos renglones,
torcidos, deseos escritos en la penumbra.
Eunucos del tiempo, las batallas perdidas,
menos las de la imaginación.
En el silencio un altar, cual místico refugio,
hilando sueños en un viento detenido.
Sostenido en eternos momentos,
balanceo sordo de memorias de sal,
quimeras de cristal,
afilando las garras del día final.
Hay que buscarla,
porque la vida nunca fue gratis;
es un mago que cobra sus hechizos
con lágrimas y con pasión.
Lloramos recuerdos,
pero en el llanto también hay esperanza.
Entre sombras y luces,
los renglones del silencio aún cantan la gloria
de un mañana mejor.