Despierto en la penumbra,
sediento de tu agua,
pero sólo me abrazan sombras,
danzando en el vacío,
como espectros que llevan
mi alma en sueños lejanos,
hacia tu fantasma que viene,
a su antojo, a amarme.
Se va luego,
dejándome al frío,
muriendo en silencio,
gritando en susurros,
anhelando tu fuego,
el calor que encienda
mi lecho de ausencias,
porque sin tu latido,
el invierno se vuelve crudo.
Tu mirada me aturde,
como el filo de un recuerdo,
y de pronto una pena
se clava en mi alma,
nunca me dijiste «te amo,»
sólo me diste un cuerpo vacío,
pero aún te adoro,
girando en este laberinto
sin salida, sin ti,
sin luz, vacío.
Perdido en mis sombras.