Viejo

Me levanté, mientras me lavaba la cara, elevé la vista y me dije:
Vaya, ¡¡que me estoy volviendo viejo!!

No, no me estoy volviendo viejo.

Me estoy volviendo asertivo, selectivo de lugares,
personas, costumbres e ideologías.

He dejado ir apegos, dolores innecesarios,
personas tóxicas, almas enfermas y corazones podridos,
no es por amargura, es simplemente por salud,
paz, tranquilidad y sobre todo…

AMOR PROPIO.

Cada arruga es un poema de vida,
cada cana un rayo de sabiduría
y cada cicatriz una lección aprendida.
Kintsugi, dice mi maestra.

No me estoy volviendo viejo,
me estoy liberando de las cadenas del juicio ajeno
y abrazando la plenitud de mi ser.

He elegido caminos de serenidad y auténtica compañía,
en lugar de senderos llenos de ruido y superficialidad.
Mi corazón ahora late al ritmo de mi propia verdad,
sin ataduras ni compromisos impuestos por otros.

No me estoy volviendo viejo,
estoy floreciendo en mi propia esencia,
dejando atrás las sombras de las expectativas ajenas
para iluminarme con la luz de mi propio valor.

Y en ese renacimiento, he descubierto que la soledad
no es más que la compañía más pura,
el refugio donde el alma encuentra su voz más sincera.
Estar solo es una más,  de las tantas circunstancias
que tiene la vida, ni más ni menos que eso.

Así, con cada paso firme y cada decisión consciente,
me estoy convirtiendo en la versión más auténtica
y amorosa de mí mismo,
un hombre en paz con su historia y lleno de esperanza por el futuro.
Y eso, más que un signo de vejez,
es el verdadero signo de la sabiduría y el amor propio.

Viejo